La revolución de Jesús

lunes, 28 de diciembre de 2009

Comparto con Ustedes un artículo de un maestro, educador, pedagogo de origen español y que se ha hecho venezolano desde hace un largo rato. Trabaja conmigo en Fe y Alegría y cada vez que leo sus enseñanzas y reflexiones de verdad siento tristeza que cosas tan buenas y bonitas no sean tomadas en cuenta cuando Antonio Pérez Esclarín se refiere a la educación en Venezuela teniendo a Jesucristo como el mejor maestro. Pueden pinchar el titulo de este blog y los llevará al lugar de origen de donde lo saqué.


Estos días en que estamos celebrando el nacimiento de Jesús y se habla tanto de revolución, son propicios para presentar algunas reflexiones sobre la Revolución de Jesús, pues una de las perversiones más persistentes en la historia ha sido utilizar a Dios, la fe y la religión para hacer política con minúscula y sustentar una determinada ideología. Se trata de la vieja y tan practicada tentación que pretende ya no "cumplir la voluntad de Dios", sino más bien, de que Dios cumpla la nuestra; de utilizar a Jesús y el evangelio en mi provecho, más que de convertirme a sus valores.


No me cabe la menor duda de que Jesús fue un gran revolucionario, el mayor que ha habido en la historia de la humanidad. La gran pasión de Jesús, a la que entregó su vida y por la que murió, fue la construcción del Reino, una sociedad fraternal, donde los olvidados de siempre fueran los primeros, los preferidos. Jesús vino a plantearnos nada más y nada menos que la más profunda de todas las revoluciones: la revolución del corazón.


Se trata de cambiar el corazón egoísta, violento, encerrado en sí mismo, por un corazón generoso, sencillo, pacífico, lleno de mansedumbre y de misericordia. Corazón como el suyo, que nunca utilizó el poder en su propio beneficio, dispuesto siempre a que la única sangre que corriera fuera la suya, y que murió perdonando a los que lo crucificaban y se mofaban de sus terribles sufrimientos.


De muy poco servirá que intentemos cambiar las estructuras políticas, económicas y sociales, si no cambiamos los corazones. La lucha por la paz y la justicia debe comenzar en el corazón de cada persona. No seremos capaces de romper las cadenas externas de la injusticia, la violencia, la miseria, si no somos capaces de romper las cadenas internas del egoísmo, la violencia, el consumismo, el afán de admiración y reconocimiento, el narcisismo, que atenazan nuestros corazones. Sin cambio profundo de valores no hay revolución genuina y todo queda en mera retórica hueca.

Toda auténtica revolución es siempre una revolución moral. Pero no se trata tanto de predicar valores, de proponer valores, si no de vivirlos. Toda supuesta revolución está destinada al fracaso si no se sustenta sobre objetivos y conductas éticas, y terminará agudizando los problemas que pretendía remediar y profundizando los antivalores que decía combatir. Y no hay nada más inmoral y anticristiano que utilizar un lenguaje moralizante para tapar conductas inmorales. Una de las cosas que más me apasionan de Jesús es su total coherencia entre palabra y vida. El vivió siempre todo lo que proponía y su vida fue su principal discurso. De ahí que, como vengo insistiendo, todos debemos aprender a escuchar no sólo las palabras, sino la vida de las personas, pues con frecuencia, muchos deshacen con sus pies lo que anuncian con su verbo: "El ruido de lo que haces me impide escuchar lo que me dices".

Frente a la terrible crisis de valores que vivimos y la inflada retórica moralizante que con frecuencia no se sustenta en hechos y cambio de actitudes, Jesús nos propone un rearme moral, un cambio radical de la vivencia (no en el discurso o las palabras) de nuevos valores: el egoísmo debe ser sustituido por la solidaridad; la violencia por la mansedumbre; el consumismo por la austeridad; el deseo de venganza por el perdón; la exclusión por la inclusión de todos, incluso de los que piensan totalmente distinto a uno. No derrotaremos la corrupción, que actualmente corroe la entraña de la sociedad, con corazones apegados a la riqueza y el tener, no construiremos participación y democracia, con corazones ávidos de poder, no estableceremos un mundo fraternal con corazones llenos de odio y de violencia.

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